El observatorio astronómico del Vaticano en Mt. Graham, Arizona, tiene un nuevo y flamante compañero: LUCIFER.
Un nuevo telescopio con el apelativo de Lucifer ha sido estrenado en el Mt. Graham, en Arizona, en el mismo sitio donde el Vaticano tiene su Obseratorio, y uno de los mejores para observar el cielo en todo el continente.
El Large Binocular Telescope Near-infrared Utility with Camera and Integral Field Unit for Extragalactic Research, es apodado LUCIFER por sus desarrolladores de EUA, Italia y Alemania.Este poderoso instrumento permitirá sondear los secretos de la Vía Láctea y galaxias distantes con sus cámaras de alta resolución. La temperatura del telescopio a -213 grados Celsius le permite hacer observaciones infrarrojas, muy lejos del infierno. Su innovador diseño le permite a los astrónomos observar regiones de estrellas en formación, que difícilmente podían ser observadas por las nubes de polvo que las rodean.
En el mismo lugar donde LUCIFER está instalado opera el Vatican Observatory Research Group (VORG). Según los cientiíficos alemanes responsables de la fabricación de LUCIFER, el nombre no se refiere al diablo sino a la estrella de la mañana y sólo suena “cool”. Los científicos tienen razón en que Lucifer ,”el portador de la luz”, no se refiere al diablo (y sí es un nombre con un sonido “cool”); esto es sólo el resultado de un error en la traducción de un versículo del Libro de Isaías y en su posterior identificación con Satán, posiblemente siguiendo algun interés velado.
Falta ver que la parecerá a los jesuítas que operan el observatorio del Vaticano convivir con el brillante LUCIFER todos los días mientras se asoman al cosmos en búsqueda de los misterios de la creación en la luz de las estrellas. Lucifer, como el ojo en la pirámide mirando al cielo.
La siguiente imagen es una de las primeras generadas por LUCIFER:
La imagen muestra “una guardería de estrellas” a 8 mil años luz dentro de nuestra Vía Láctea.
Curiosamente Lucifer es el nombre dado para la nueva estrella formada de la ingnición de la atmósfera de Jupiter, en la novela “Odisea Espacial 2010″ (El Año que Hacemos Contacto) de Arthur C. Clarke.
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